A Marrakech los marroquís le llaman Arnakech. Es un adjetivo peyorativo, cuyo significado incluye negocio, usura, comercio, venta… Lo cierto es que pasear por su zoco es una experiencia única; también lo es disfrutar de la plaza central, de los espectáculos, de los encantadores de serpientes, del regateo, de los vendedores de pociones o de dentaduras.
Me discuto con un encantador de serpientes que pretende que le pague 20 euros por hacerme tres fotos con una serpiente al cuello; le doy 20 Dirhams, 2 euros, que es un pago mejor que bueno.
Me discuto con un vendedor de frutos secos que se enfadada por que le compro al de al lado…
Me discuto con un vendedor de pastelitos que no es capaz de sonreírme ni una sola vez mientras le compro, y que encima se enfada cuando le digo que no quiero tantos pasteles, que medio kilo me parece demasiado… Me voy sin comprarle nada (que pena, porque anda que no tienen buena pinta, los bandidos).
Me discuto con un pescadero que me sale de detrás de su parada blandiendo un cuchillo de 20 cm. y amenazándome con él por haberle hecho una foto… Hasta la gente que pasa a su lado le dicen que se le va la olla (lo sé, los signos que hacen son inconfundibles).
Ah, sí. Y los vendedores de caracoles...
Y disfruto paseando por las estrechas callejuelas de la medina...
... comiendo pinchitos morunos en las paradas ambulantes de la plaza...
... visitando relajadamente la madraza, el interior de cuyos muros lleva a la reflexión (hasta que una horda de turistas te saca del ensimismamiento).
Disfruto comprando y regateando, sin prisas; ‘prisa mata’, dicen en Marruecos.
Y disfruto al finalizar el día y recogerme en el hotel. Al día siguiente inicio el viaje de regreso y ni un solo día ha sido menos que el anterior, ni un solo día menos aprovechado, menos intenso, menos excitante.
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