Día 4: Agoudal – Garganta del Dades – Ait Benhaddou

En el centro del pueblo repostamos gasolina a base de bidones.



Queríamos dar un paseo antes de iniciar la ruta, pero la presión cada vez más intensa de los niños hace que desistamos y que nos subamos rápidamente a nuestros vehículos. Aún así, salimos del pueblo seguidos por algunos críos en bicicleta, que conseguimos, naturalmente, dejar atrás.

La pista empieza de nuevo por el lecho de un río, pero la experiencia del día anterior me facilita las cosas. Ya no miro con aprensión el camino pedregoso, y tranquilamente me interno en él, seguido de Quim y Mariela en su 4x4.



La pista transcurre por el centro de un valle, rodeada de colinas y por paisajes solitarios donde raramente veo alguna construcción. Excepto en tramos donde cruza algunos oueds que me obligan a bajar la velocidad, la pista es muy transitable, y me permite ir a velocidades de 60, 70 y 80 km/h; incluso en alguna ocasión me ha parecido ver la aguja en 100 km/h, aunque no podría asegurarlo pues mi mirada va atenta al camino.



Una hora después de iniciar el viaje nos encontramos con un pobre hombre que ha volcado su camión lleno de cebollas. Hablando con él nos dice que no hay daños personales, y que ya ha avisado para que vayan a recogerle. La verdad es que yo alucino de pensar que son capaces de conducir sus vehículos por esos caminos; me doy cuenta lo pobre diablo que soy cuando me preocupa recorrerlos con mi Afrika.


El Nissan y la Afrika alternan la primera posición, y la distancia entre nosotros llega a ser de algunos kilómetros. Algunas veces me paro a hacer una foto y me pasa el Nissan, y otras veces Quim se hace a un lado y me deja pasar para evitar que me coma el polvo.


Y así, disfrutando el recorrido, llegamos al collado que da paso a la Garganta del Dades. Uau! Impresionante!!! El paisaje es espectacular, estamos a 2000 m de altura y la bajada al centro de la garganta promete.


La pista es algo estrecha para el paso de un coche, que tiene que conducir con más cuidado; a medio camino se cruzan con precaución el Nissan y el equipo de rescate que va a la búsqueda del camión volcado.

Sin embargo, la moto se mueve más fácilmente, aunque el abismo al lado de la pista me hace conducir con cuidado… pero no con el suficiente. En un momento en que voy en última posición, de nuevo corriendo demasiado, olvido que llevo maletas a los lados que aumentan mi anchura bastantes centímetros. Y al salir de una curva, una roca estratégicamente situada para recordármelo choca con mi maleta derecha y yo doy con mis huesos en el suelo.


Es mi quinta mordida del polvo de todo el viaje, y por suerte será la última…

Pongo de pie la Afrika, meto segunda y continúo la bajada. Me paro a hacer una foto, y al intentar poner primera observo que ésta no me entra. En la última caída he doblado la palanca del cambio de marchas, y al bajar a primera choca con el protector del motor y no deja que baje lo suficiente. La enderezo con la mano y veo que de nuevo puedo poner primera… no veas si tengo suerte…


Después de unos kilómetros sin problemas, llego al fondo del valle. Aparece un oued cargadito de agua, con el vadeo más profundo de los que me he encontrado hasta ahora. Me paro delante, me lo miro y pienso que la única manera de cruzarlo es metiendo primera y tirando para adelante; parado no lo cruzaré nunca.

Así que, dicho y hecho, suelto embrague y voy dando gas poco a poco, y con las piernas a punto de apoyarlas en el suelo supero el oued, llegando al otro lado sin bañito, ni mío ni de la Afrika. Eso sí, ambos nos hemos refrescados pies y ruedas, que con el calorcito que hace no es nada desagradable.

Pocos metros más adelante me encuentro de nuevo con el 4x4 de Quim y Mariela, que están ayudando a despejar el camino de un pequeño desprendimiento de piedras. Mis riñones agradecen que ya estén acabando en el momento en que llego, por lo que no ha hecho falta mi ayuda.


Después de una parada para comer un fantástico jamón serrano que han traído desde Barcelona, regadito con un par de calentitas cervecitas, llegamos al asfalto donde nos separamos definitivamente. Mi intención es llegar al día siguiente a Imlil, punto de partida para la ascensión al Toubkal, el pico más alto de la cordillera del Atlas; ellos han quedado con un amigo en Zagora, y todavía les queda una kilometrada antes de llegar.


Ciertamente, la relación con la gente, tanto del país como de fuera, está siendo una de las mejores cosas del viaje.

Llevo 4 días y ni uno solo de ellos ha sido desaprovechado. Sinceramente, no me lo esperaba, y me hallo gratamente sorprendido y eufórico: la gente, los nuevos amigos, las vivencias, los paisajes… Todo está siendo infinitamente mejor que la mejor de mis previsiones.

Y continúo viaje.


Cruzo Ouarzazate y un poco antes de la kasba de Ait Benhaddou me meto campo a través por los pedregales, montando la tienda a unos metros de la carretera.



La noche es algo movidita: me rodean cuatro o cinco perros, sin ningún tipo de peligro, pero muy pesados. A medianoche se ponen a ladrar, lo que me obliga a salir de la tienda a tirarles piedras un par de veces. Por fin, consigo que se callen y duermo hasta la salida del sol.






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